La Asamblea Aguas Claras del pueblo de Choya acampa en el cerro en defensa de la principal fuente de agua de la zona. Rechazan el emprendimiento minero llamado MARA (Agua Rica-Alumbrera), de las empresas Yamana Gold, Glencore y Newmon. Crónica de la defensa del territorio, de los modos de vida y de los sueños de una comunidad.
Desde Choya, Catamarca
Hay un pueblo al noroeste de Catamarca que camina hace 638 sábados, que hace festivales, volanteadas, murales, rifas, comidas, asambleas y recorridos para llevar víveres a los compañeros y compañeras que desde hace quince días subieron al cerro para resistir al proyecto minero MARA. Saben que los empleados mineros los vigilan con binoculares y drones, mientras pasan con sus camionetas despampanantes y sus máquinas depredadoras. En Andalgalá no piden más leyes, exigen que se cumplan las existentes: la Ordenanza Municipal 029/16, la Ley Nacional de Glaciares, el Acuerdo de Escazú, la Ley de General del Ambiente, y las resoluciones 208-209 del Ministerio de Minería de la provincia, entre otras. Letras chicas que el poder político y económico no respetan para, de ese modo, favorecer al extractivismo.
El proyecto minero MARA y el corte en el cerro
Cuando llega la noche, entre los cerros, el frío duele un poco más. Es que las vecinas y vecinos están a más de una hora y media de altura de su pueblo, unos 50 kilómetros montaña arriba. Quienes están abajo se organizan, se reúnen, hacen postas para alcanzar comida, salen a caminar los sábados y también cuidan de sus hogares, sus fincas, sus animales, su vida.
El cansancio se acumula, el miedo ronda, pero no se detiene. También están presentes los fantasmas de los allanamientos y las detenciones ilegales de abril de 2021, pero -a pesar de todo- se sienten fortalecidos. Tienen la convicción de «bajar las máquinas» del cerros. Se trata de retroexcavadores y otra maquinaría pesada de la empresa minera.
En el bloqueo hay carpas, una construcción de piedras, un fueguito constantemente prendido, y botellas de agua cargadas de la vertiente. Enfrente, a medio construir, otro refugio hecho con piedras. También cuelga una radio en la que sólo se sintoniza una estación de Santa María. Ahí se escucha una mujer muy animada que pasa canciones que le piden sus oyentes. Por suerte en esta emisora no hacen propaganda constante a favor de la megaminería, como sucede en casi todas las otras radios de la zona. Afuera se transita entre vientos frescos y el poder del sol. Alrededor los cerros gigantes, que abrazan. Las piedras y la tierra en el suelo avisan que es un lugar lejano de la intervención humana. El camino, de costado, sólo se mueve cuando pasan camionetas y vecinos que se acercan al acampe. Una whipala (bandera de los pueblos originarios) flamea y se observan carteles con frases que manifiestan que las mineras se vayan, que el pueblo no las quiere. En un instante se escucha una camioneta y las vecinas y vecinos se paran alertas, se dejan ver, hablan fuerte, forma de avisar que están en el cerro y no se moverán del lugar.
El día se recupera de una noche fría y de una luna gigante («mamá Quilla») que salió tras los cerros y acompañó durante toda la noche. Parecía que de ella salían rayos gigantes que iluminaban todo. Ver tan fuerte y tan de cerca a la naturaleza es un despertar del que ya no se puede volver. Ese vínculo que tienen con el lugar se trasmite en los relatos que, como cuentos fantásticos, esclarecen preguntas infinitas.
El mediodía comienza. Hay que buscar agua y cocinar. Salir a realizar el recorrido, ser guardianes de esa inmensidad.
Raúl Barrionuevo, sentado en un banco sosteniendo su bastón, se tapa la cara y llora. Él no puede ver, pero le contaron que los guanacos desde la altura del cerro los miran cómplices. «Yo creo que nos buscan para que los protejamos», dice entre lágrimas. Y cuenta que los animales están perdidos, desorientados, por el ruido de las máquinas y la invasión mineras.
Por amor al agua
Todos los sábados se marcha en la plaza principal de Andalgalá. Allí se congregan habitantes de todos sus distritos (Huaco, la Aguada, Malli 1 y 2, Choya, El Potrero y Chaquiago). Hoy es la «Caminata por la vida 637». Reciben con gritos y aplausos de orgullo a los vecinos y vecinas del pueblo de Choya. Al lado del mástil cuentan una vez más cómo empezó todo: notaron algo raro en el agua de su río, niños y niñas se descomponían. Fueron a ver. Estaban las máquinas rompiendo el cerro a espaldas del pueblo.
Subieron con sus caballos y lo confirmaron: las máquinas estaban contaminando el agua. Registraron pruebas e intentaron acudir al Estado. Fueron al Concejo Deliberante -donde días después desapareció la denuncia-; hablaron con el intendente Eduardo Córdoba, que a los vecinos y vecinas les dice una cosa y a los mineros otra; y al gobernador Raúl Jalil, que meses atrás viajó a China junto a presidente Alberto Fernández para ofrecer más territorios al extractivismo.
Resultado: funcionarios del gobierno provincial del Ministerio de Seguridad y de la Dirección de Gestión Ambiental Minera (Dipgam), en una reunión, les negaron en sus caras la contaminación.
«Sufrimos mucha angustia, hay gente mayor que siente impotencia. Esto nos deja un daño moral y psicológico no solo territorial», expresó Rita Costello durante la caminata, una de las vecinas choyanas que le está poniendo voz y cuerpo a la lucha. «Choya es un lugar muy bonito. Queremos cuidarlo. Que se vaya MARA, que se vayan las mineras. Es por nuestra vida, la queremos así, sin mineras», aclara.
En la caminata 637 se sumó un vecino. Alguien que estuvo desde el día uno en el acampe: Onésimo Flores. Llegó con su bandera Whipala y fue recibido con decenas de abrazos.
Después de caminar entre piedras, abismos y cerros, de acompañarse cada día y cada noche con el fuego, de sus compañeros y compañeras, de un zorrito del que se hizo amigo, caminó este sábado en el asfalto de Andalgalá.
En diálogo con el programa «La voz del algarrobo», esa misma mañana, contó sobre sus días, y cómo los vigilaban a la distancia. «Pero eso me dio más fuerzas para quedarme. Porque yo como nacido en Choya y criado entre los cerros sé lo que es importante para nosotros. Y doy gracias a la Pacha por los momentos compartidos ahí, por las enseñanzas. Cada mañana que me levantaba miraba el cerro y pensaba: ‘Qué lindo que te ves cada vez que te veo'».
Pero también detalló qué se está perdiendo en el cerro: animales muertos, la yareta (planta milenaria parecida a un musgo que solo crece a partir de los 4000 metros de altura), diversas vegataciones destruidas por las máquinas. «Que son muy valiosas para nuestros cerros y para nosotros también. No crecen de un día para el otro. Necesitan años para criarse. Lo mismo la vizcachera, o los pájaros aplastados por esos derrumbes», lamenta.
Esa cosmovisión del mundo que tienen no acepta fraudes, ni falsos progresos, ni espejitos de colores. Lo que demuestra este pueblo es que organizarse está al alcance de la mano, aunque requiera mucho esfuerzo.
Mientras las empresas mineras y el gobierno provincial niega los impactos y dicen que el agua está en perfectas condiciones, los vecinos y vecinas siguen en el acampe, bajo las estrellas y con ese viento. Sosteniendo su reclamo legítimo: Bajen las máquinas del cerro.
La minera reconoce la afectación del río
La Asamblea El Algarrobo denunció el 21 de abril que la propia empresa MARA reconoció, en su informe de impacto ambiental (páginas 3395 y 3396), que pretende «instalar una escombrera en la cuenca alta del río Choya».
«Se confirman así las sospechas de vecinas y vecinos que notaron afectada la calidad del agua del río, como consecuencia del movimiento de tierras y los deslizamientos producidos por la apertura de caminos. Funcionarios del Gobierno negaron tener conocimiento de esto y representantes de la empresa aseguran que no se afectó el río», cuestionó la Asamblea.
Al acampe en Choya se sumó el lunes 25 de abril un bloqueo en la localidad de Chaquiago, a la altura del histórico algarrobo que dio nombre a la Asamblea. La consigna es la misma: «Bajen las máquinas del cerro. No a la megaminería».
Texto original: María del Mar Rodríguez y Susi Maresca, Tierra Viva
Foto: Susi Maresca