Publicado por Héctor Silva Ávalos, Prensa comunitaria, el 4 de enero de 2024
Comparten muchas cosas los presidentes de El Salvador y Argentina. Hay matices, sí, pero la estética y la fachada envuelven un contenido similar. Se trata de dos políticos relativamente jóvenes, 53 el sureño y 42 el centroamericano, que se entienden como mesías políticos en sus respectivos países, estandartes de un nuevo orden dirigido, regido y ejecutado por ellos, y solo por ellos, con el cual salvarán a la Nación de los desmanes de los otros.
Hay diferencias, por supuesto, a primera vista. Bukele es un populista en toda regla y Milei se muestra, en sus primeros pasos presidenciales, como un neoliberal a ultranza, amigo más del viejo consenso de Washington que de otra cosa. Pero algo, sin duda, parece unirlos: el desprecio por la democracia, a la que más bien parecen entender como un obstáculo molesto.
A punto de cumplir cinco años como presidente de su país, y a un paso de reelegirse de forma ilegal -no hay vuelta retórica posible al asunto: la Constitución de El Salvador prohíbe la reelección. Punto. -, Bukele hace ya guiños explícitos a Milei. En un Space en la red X, el pasado 3 de enero, el salvadoreño aprovechó para extender su admiración al argentino y para lanzarle una advertencia amistosa. El “sistema”, le dijo, “va a tratar de bloquearlo”. Por sistema Bukele entiende a la República y la separación de poderes que son rasgo intrínseco.
En su Space, Bukele aprovechó para impartir a Milei su muy particular versión de gobernanza. “Él puede ser presidente, la persona con el cargo más importante políticamente hablando, pero va a haber un Congreso, un Órgano Judicial, un tribunal constitucional, y se va a enfrentar con realidades políticas como las que nos enfrentamos nosotros en nuestros primeros dos años de gobierno. Queríamos ir a A, y el sistema nos regresaba a B. “A”, se entiende, es el bukelismo, esa forma de gobierno en que no hay más rey que el presidente o, mejor, que el presidente Nayib Bukele.
No es difícil, atendiendo al historial político de Bukele, entender la advertencia hecha a Milei en términos más claros: la democracia es un estorbo para quienes, como ellos, los mesías latinoamericanos, tienen las llaves únicas para salvar a la patria. Estorba la democracia entendida como el sistema de representación directa o diferida diseñado para que el poder no recaiga nunca en una sola persona; estorba la democracia entendida más allá de la sucesión ordenada y pacífica según sea el mandato del soberano.
La narrativa política de Bukele sigue siendo muy popular y lo más probable es que él y sus diputados y alcaldes ganen con inmensas mayorías las elecciones presidenciales, municipales y legislativas que habrá en El Salvador a inicios de este año. Ahí la ironía: Bukele se reelegirá con el apoyo inequívoco de las mayorías, pero su reelección es, por donde se le vea, antidemocrática. Para estar de nuevo en las papeletas de votación, Bukele tuvo que subvertir la esencia democrática a una República con mayúscula, desde la independencia de poderes hasta el uso político de la fuerza pública, pasando por la obliteración de la libertad de prensa.
Javier Milei llegó a la presidencia argentina con ínfulas similares. De entrada, como medida inmediata de choque, tiró a las aguas políticas un megadecreto ejecutivo que pretendía, modificando de un plumazo cerca de 400 leyes, restar facultades al Legislativo en temas laborales, de comercio y económicos. Los argumentos: Argentina está en quiebra económica por culpa de sus antecesores -el peronismo- y necesita soluciones inmediatas que no pueden esperar.
Puede discutirse, porque es mucha e innegable, sobre las responsabilidades de gobiernos pasados tanto en Argentina como en El Salvador, pero también puede señalarse, con mayor enjundia, la estupidez del argumento según el cual un solo iluminado es capaz, casi por acción divina, de arreglar todos los entuertos. (No olvidar que en febrero de 2020 Bukele entró a la Asamblea Legislativa, dominada entonces por la oposición, acompañado de la policía y el ejército, y que salió de ahí diciendo que Dios le había hablado).
Eso, el gobierno de uno, es el modelo Bukele y el que hoy vende Milei. No hay soluciones sin ellos y no se les necesita más que a ellos para ejecutar esas soluciones. La historia ha dado un nombre y varios rostros a esto; se llama dictadura.
Lo de Milei, que es aparatoso y se acompaña de un tufo antidemocrático que se percibe ya a miles de kilómetros de Buenos Aires, es un despropósito que apenas arranca. Por ahora, el Judicial y la fuerza sindical, en manos de la oposición, han detenido el intento, al menos parcialmente. Milei, además y a pesar de todo su estruendo, es débil políticamente; le acompaña, por ahora, una popularidad saludable y el hartazgo de la mayoría por la debacle económica cocinada antes que él, pero eso no parece que le baste para saltarse, por la cara, al Congreso y al Judicial. Al menos por ahora.
Bukele ya está en otro nivel. Gobernó los primeros dos años con un Congreso adverso, acompañado también de una popularidad que en su caso no es la misma que al principio pero sigue siendo enorme. De la mano de esa aceptación, logró a medio mandato una supermayoría en el Congreso, poblado ahora de diputados y diputadas cuya valía se mide, solo, por el ahínco con el que se arrodillen ante el jefe. Con esa mayoría legislativa, Bukele llenó de usurpadores la Corte Suprema de Justicia y la fiscalía general, se afianzó la opacidad total del aparato público y el manejo a su antojo de los presupuestos generales. La receta perfecta para el autoritarismo.
A diferencia de Argentina, en El Salvador la oposición ya no existe, no necesariamente porque Bukele se la haya terminado, sin porque quienes gobernaron en el pasado, o al menos quienes financiaron a esos gobernantes anteriores, se vaciaron en Bukele. Dos ejemplos: José Luis Merino, dueño y señor de buena parte de los dineros que alimentaron a los dos gobiernos de izquierda anteriores, se reconvirtió en uno de los principales mecenas de Bukele; los grandes empresarios salvadoreños, financistas tradicionales de las derechas, familias con apellidos como Dueñas, Kriete, Calleja, son ya cómplices del bukelismo. En El Salvador no hay oposición, en Argentina sí.
Hoy, desde su posición de líder indiscutible frente al que no se asoma más estorbo que la lenta degradación personal y de su proyecto -lenta, muy lenta-, Nayib Bukele no pierde tiempo para susurrarle a su par argentino. ¡Cuidado!, le alerta, la democracia es un estorbo.