En conversación con Alba Sud, la dirigente garífuna y coordinadora de la Organización Fraternal Negra Hondureña (Ofraneh), Miriam Miranda, dibuja un escenario preocupante ante el avance del modelo extractivista en Honduras.
Miriam Miranda, dirigente garífuna y coordinadora de la Organización Fraternal Negra Hondureña (Ofraneh), asegura que las industrias extractivas no sólo ponen en riesgo el futuro de territorios y bienes comunes, sino que aceleran el proceso de desaparición de los pueblos indígenas. Los proyectos de viviendas con fines turísticos destacan entre las más recientes formas de despojo.
¿Qué está ocurriendo en el litoral atlántico hondureño, donde desde hace más de dos siglos se ha establecido el pueblo garífuna?
La historia del pueblo garífuna es dramática. Hemos sufrido dos destierros: el primero de África a San Vicente y luego hacia Honduras. Una historia, la nuestra, que está marcada por la persecución, la violencia, la violación de los derechos fundamentales como seres humanos. Sin embargo, somos un pueblo que resiste y hemos sabido mantener nuestra identidad, cultura e idioma. Y no es poco.
Ahora nos estamos enfrentando a un tercer destierro, que significa la desaparición forzada de nuestras comunidades. Un nuevo proceso de despojo impulsado por el gran capital nacional y transnacional en colusión con autoridades locales y nacionales, a través de la implementación y profundización del extractivismo.
¿A qué te refieres cuando hablas de extractivismo?
Me refiero a un modelo económico basado en la depredación, que acapara territorios, saquea los bienes comunes y criminaliza las luchas de resistencia. Proyectos mineros y petroleros, represas, expansión de monocultivos a gran escala, implementación de las Zonas Especiales de Desarrollo Económicos (ZEDE), mejor conocidas como “ciudades modelo”. Me refiero también a los complejos turísticos y los proyectos de viviendas con fines vacacionales.
El golpe de Estado de 2009 ha creado condiciones propicias para concesionar territorios y bienes comunes a favor del gran capital transnacional, que para desarrollar su proyecto de despojo necesita de más y más tierra. Y más precisamente de nuestras tierras, que nos arrebata con el engaño, la corrupción, la violencia.
¿Qué papel está jugando el “turismo” en toda esta situación?
No se trata de satanizar al turismo. En nuestra concepción, el turismo es visita, es conocer, es compartir e intercambiar, es encuentro. El problema surge cuando el capital pretende adueñarse de este concepto y de esta práctica, alterando su significado más profundo y convirtiéndolo en mercancía absoluta. Hay muchos ejemplos donde el turismo todavía mantiene sus raíces, su concepto de acoger al otro, de compartir con él y aprender mutuamente.
Por el contrario, el “turismo del capital” es irrespetuoso y se ha convertido en una clara forma de despojo, de destrucción cultural, que desplaza comunidades y arrebata el futuro a miles de personas. Lo estamos viendo muy claramente tanto con los complejos hoteleros como con la construcción de villas, residenciales y de complejos habitacionales vacacionales.
Como el modelo del megaproyecto turístico se ha agotado, a las compañías se les está volviendo difícil recuperar sus inversiones, y deciden combinar el turismo hotelero con el turismo residencial, despreocupándose del tejido social existente en la zona.
Es lo que está pasando en la Bahía de Trujillo, donde inversores canadienses han venido apropiándose ilegalmente de territorios ancestrales garífunas, para desarrollar grandes complejos de viviendas con fines turísticos. O también en la comunidad garífuna de Sambo Creek, donde un proyecto turístico desarrollado por extranjeros ya está entrando en competencia con el derecho al agua de la comunidad.
¿Las comunidades garífunas se sienten amenazadas?
Muy amenazadas. Nos sentimos constantemente en peligro. Acaparamiento de tierras, saqueo de los bienes comunes y destrucción ambiental van de la mano de la corrupción que ha penetrado la política y las instituciones locales y nacionales. La municipalización de territorios y comunidades, por ejemplo, se ha convertido en una de las principales estrategias de despojo.
¿Cómo se están organizando?
Estamos luchando contra un monstruo. Tenemos que trabajar fuertemente el tema de la gobernabilidad, de la soberanía, ejerciendo el control territorial, impulsando formas de autogestión y autogobierno. También debemos crecer en conocimientos, fortalecer la organización, radicarnos más en los territorios, restándoles poder a las autoridades municipales y las estructuras comunitarias corruptas, y fortaleciendo las asambleas como máxima autoridad. Debemos reapropiarnos del significado de vivir en un territorio que es el que nos da la vida. Sólo así vamos a lograr que se respeten nuestros derechos.
¿Qué significado tiene, en este contexto, la reocupación de tierras?
Significa reocupar lo que hemos tenido históricamente. El pueblo garífuna tiene sus territorios ancestrales donde siempre ha trabajado la tierra para vivir de ella y de sus productos. Hoy en día es frecuente escuchar a personas ancianas que te dicen que su “trabajadero” [1] era justo adonde ahora está esa gran mansión o ese complejo residencial.
La situación de pobreza es terrible y hay miles de jóvenes que no tienen futuro, no tienen donde vivir y están obligados a emigrar. Familias que se mueren de hambre. Y entonces la gente vuelve a mirar a lo que siempre fue suyo y quiere recuperarlo para poder tener una vida digna. Tenemos posesión ancestral territorial y lo que estamos haciendo es reocupar lo que nos corresponde. No importa si estas tierras fueron vendidas, porque nunca hubo autorización de la comunidad y, por ende, son ventas ilegales.
La Ofraneh va a seguir acompañando estos procesos, aunque pueda costarnos caro, hasta la vida. Unidad y solidaridad son fundamentales para contrarrestar esta visión de “falso desarrollo” que es racista, machista, discriminatorio y colonialista. Tenemos que luchar para recomponer, desde nuestras entrañas, lo que somos. Para volver a una cultura donde prima la solidaridad, la complementariedad y la ayuda mutua, y no el individualismo más brutal que nos inculca este sistema depredador. Esta es la apuesta de la Ofraneh.