Publicado por Maria Sol Wasylyk Fedyszak, Agencia Tierra Viva, 14 de octubre de 2024
La Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas (Conamuri) de Paraguay cumple 25 años de historia y construcción de un feminismo popular, rural y de soberanía alimentaria. Cuenta con una escuela de agroecología, cientos de hectáreas en manos de mujeres y una yerba mate orgánica propia. Entrevista a Alicia Amarilla, coordinadora nacional de la organización.
La Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas (Conamuri) es una voz potente en Paraguay en la lucha por la soberanía alimentaria, contra el avance de los agrotóxicos, la igualdad de derechos y la vida libre de violencia. Y este año cumple 25 años de vida institucional. ¿Cuál es el margen de acción para una organización popular en un país gobernado hace casi 80 años por el mismo partido político? ¿Qué matices tiene el feminismo campesino indígena? ¿Cuáles fueron los avances y los desafíos en ese contexto? Alicia Amarilla, referente nacional de Conamuri, responde y hace un balance del cuarto de siglo de lucha.
Alicia Amarilla tiene 43 años y nació en el departamento de Caaguazú, a 180 kilómetros de Asunción, y desde los 19 años es parte de Conamuri. La lucha por la tierra es una marca en su vida, no por elección sino por tradición impuesta, desde el momento en que su abuela fue desalojada por el partido Colorado, como miles de personas, en la época de Alfredo Strossner. (militar y dictador que estuvo en el poder desde 1954 hasta 1989). Y desalojada también por ser mujer: en Paraguay, la titularidad de la tierra, hasta hace algunos años, solo podía corresponder a los hombres. Si una mujer era soltera y no tenía hijos varones mayores, no tenía derecho sobre la tierra. La abuela de Alicia tuvo cinco hijas. Hoy tiene 95 años.
Conamuri fue de las primeras organizaciones que denunció los agrotóxicos en 2003 con la muerte de Silvino Talavera, un niño de 11 años que fue víctima de fumigaciones con agroquímicos en Itapúa (a 300 kilómetros de Asunción). En ese momento, las desacreditaban diciendo que ellas no entendían la realidad nacional y que estaban «locas». Les decían que los agrotóxicos eran cuestiones secundarias. También las tildaron de locas cuando se autoproclamaron feministas.
Hoy integran Conamuri alrededor de mil mujeres de casi todos los departamentos. La organización cuenta con una Secretaría de Derechos Humanos, una Secretaría de Tierra y Territorio y de Producción Agroecológica. A través de la producción agroecológica visibilizan el trabajo de la mujer en el campo y cuentan con una Escuela donde se forman mujeres y hombres para sembrar conciencia contra el avance de los agrotóxicos, promoviendo el rescate y la conservación de semillas. También poseen huertas comunitarias para autoconsumo. Impulsan distintas campañas en contra de la violencia hacia las mujeres, creando redes en los territorios para acompañar esos casos y promueven la formación de líderes indígenas a través de su espacio Escuela India Juliana.
Una historia de organización
¿Cómo fue el trabajo en estos 25 años?
—Fueron un sube y baja. Hubo momentos difíciles. Primero para que se nos reconociera como sujetas políticas. No solamente por parte del Gobierno, sino dentro mismo de los movimientos sociales. Cuando empezó Conamuri hubo una campaña de desprestigio desde los propios compañeros decían que estábamos dividiendo las fuerzas. Con el tiempo, Conamuri fue reconocida por la lucha de verdad, la lucha desde la base, tuvimos grandes movilizaciones y el trabajo minucioso sobre la soberanía alimentaria. Desde 2003, a partir de la muerte de Silvino Talavera, empezamos a trabajar contra los agrotóxicos, y me acuerdo que nos decían que eran cuestiones secundarias, que no eran cuestiones para luchar. Decían que estábamos locas, que no entendíamos la realidad nacional. Y después de diez años todo el mundo empezó la lucha contra la agrotóxicos. Ahí empezamos a trabajar con el rescate de semillas nativas con los jóvenes. Entonces había 20 o 25 jóvenes que trabajaban en la campaña a nivel nacional, iban a la Iglesia, a la comunidad a hablar sobre los transgénicos cuando eso recién estaba entrando al país. Entonces empezamos a trabajar sobre la ley de semillas. Y ese debate nos llevó a elaborar una propuesta. Presentamos al Senado un proyecto de ley de defensa de maíz. Fue rechazado y, en lugar de eso, los grandes productores metieron la ley de semillas transgénicas de maíz.
¿Qué efecto tuvo ese proceso en la organización?
—Y en todo ese proceso en Conamuri maduramos la cuestión de la agroecología. Después en 2010 empezamos con la Escuela de Agroecología e inauguramos nuestro local en Caaguazú. La Escuela de Agroecología tenía formación sobre género, técnica agroecológica, historia de Paraguay, historia comunitaria y nuestra historia de las semillas, que tiene que ver esas experiencias cercanas de resguardo que hacía cada familia. Por ejemplo, hay familias que llevan años guardando un cierto tipo de maíz. Y así fuimos instalando el tema a nivel nacional.
¿Quiénes asistían a la Escuela de Agroecología?
—Cuando empezamos solo trabajamos con mujeres, porque nosotras estamos acostumbradas a producir. Alrededor de nuestra casita plantamos frutas, verduras, mandioca, todo para el autoconsumo. Lo que pasaba es que al salir de la escuela nos vamos a nuestra casa y hay una feroz contradicción con nuestro hijo, con el marido, porque la estructura del Estado, el Ministerio de Agricultura, va al territorio y arma una asociación de productores y llevan el paquete completo (del modelo transgénico) y hacen cursos de uso de agrotóxicos para los compañeros que están más permeables al sistema de producción capitalista. Entonces es mucho más difícil con los hombres. A partir de ver eso, empezamos a pensar en otra escuela agroecológica. Entonces la compañera que tiene hijos, viene con su hijo. Y así abrimos un uno por ciento para la participación de hombres también. Y así acompañamos a la familia en la producción agroecológica.
Conamuri : organización feminista
¿Cuántas personas integran Conamuri?
—Seremos alrededor de mil. De casi todos los departamentos. Porque también las otras organizaciones fueron desapareciendo. Conamuri hay una sola gracias a que no entramos en disputas políticas (partidarias). Porque esa es otra forma de dividir. En la época de Fernando Lugo (presidente desde 2008 hasta 2012. Su mandato rompió con la continuidad de 60 años del partido Colorado, hasta que fue destituido) empezaron a entrar en el Gobierno (otras organizaciones sociales) y ahí hay una disputa económica, o disputas de todo un poco…Y se fue desmovilizando. Nosotras tuvimos también grandes problemas porque alguna compañera, por ejemplo, se candidateó como vicepresidenta sin consultar a la organización. Después decidimos que Conamuri iba a ser una organización gremial. La mayoría de los partidos de izquierda tiene su brazo en los movimientos sociales. Y nosotras no queremos ser brazo social de ningún partido. Entonces, lo que decidimos era que Conamuri iba a seguir siendo una organización gremial de lucha, de reivindicaciones de las mujeres, sea quien sea que esté en el Gobierno. Y yo creo que eso nos salvó en ese momento, en ese momento tan crítico.
¿Cómo es ser feminista en ese contexto político?
—En un proceso tan difícil como el nuestro y tan machista tiene que haber un debate más profundo con la base, con la gente. Queramos o no, hasta hoy en día el voto de las mujeres sigue siendo dominado por hombres. Sí hay más presencia de mujeres, hay más movimiento, movilizaciones con fuerza, se visibiliza más los problemas de las mujeres. Pero en lo concreto, sigue habiendo problemas con el tema de la responsabilidad compartida en el cuidado de los hijos. Sigue siendo todo un tema para Conamuri porque es difícil sostener una organización nacional, porque las lideresas, jóvenes, al menos en el momento de juventud, todo está tranquilo, pero en el momento en que se casa ya se queda en casa. Y cuando tienen hijos, por ejemplo, puede salir menos entonces. Nos falta mucho todavía por recorrer, pero nos sostenemos.
Con las particularidades que menciona. ¿Cómo definen el feminismo desde la organización?
—Nosotras no hace mucho nos definimos feministas. Porque antes en Conamuri apenas hablábamos de género. Y después en el proceso empezamos a hablar. Debatimos desde nuestro territorio. Nosotras siempre trabajamos la soberanía alimentaria en la comunidad, en nuestra familia. Nuestro pueblo. Entonces por qué no politizar y visibilizar a la mujer en eso, en el tema de producción agroecológica, en el tema del cuidado de la semilla, nosotras siempre guardamos la semilla para la siembra. Entonces, ¿por qué no politizar eso y visibilizar ese trabajo que venimos haciendo?Para nosotras el feminismo es el de nuestros quehaceres. Desde lo que nosotras somos, desde el ser campesina o desde el ser indígena, y como podemos politizar nuestros trabajos en el día a día. Por ejemplo, la cocina puede ser para algunas personas un lugar de opresión para las mujeres, pero para nosotras es otra cosa. No es opresión. En nuestra cocina están las conversaciones con otras compañeras, con tu amiga, con tu suegra, con tu gente, con tu hija haciendo chipaguazú. Ahí vos conversas sobre temas de violencia. Y además de conversar sobre el tema de las recetas, la sopa, es una forma de enseñanza permanente. La cocina es el lugar de poder de las mujeres campesinas, indígenas. Además, es donde no están los hombres.
¿Sienten que algo de la agenda de otros feminismos, quizás ‘más urbanos’ pueden nutrir su lucha?
—El feminismo «más urbano» también aporta para nosotras. Vemos que para Conamuri, por ejemplo, para tratar el tema LGTB, nos damos cuenta de que en nuestra organización también hay compañeras lesbianas. Entonces empezamos a mirar las comunidades. Y tratar un poco el por qué tienen que salir de su comunidad para vivir su vida. Por qué no pueden estar ahí. Por qué no podemos buscar tierra para ella. Por qué no podemos producir con ella. Y por qué tiene que salir a la ciudad. Empezamos a debatir. Y por otro lado, el tema de aborto. Empezamos a hablar sobre nosotras, y había sido que todo el mundo había hecho un aborto. Aunque no se mencione con ese membrete pero se habla del uso de medicinas naturales o alguien cuenta que «a mí se me pasó 15 días y yo tomé esto». Entonces empezamos a hacer recetas con las compañeras indígenas y ellas saben muchísimo más de medicina natural. Entonces, cuando hay una confianza y cuando hablamos de medicina naturales, salen muchas cosas.
Conamuri cuenta con la Escuela India Juliana, es una escuela de mujeres indígenas, nos inspiramos en Juliana, la primera mujer que se reveló contra los invasores. Entre sus ejes fundamentales de formación están los derechos indígenas, el buen vivir de las mujeres y la lucha contra violencia. Las compañeras indígenas sufren mayor violencia que las campesinas.
¿Y cómo afrontan esas situaciones de violencia?
—Nosotras hacemos una apuesta por la formación. Porque es la única que nos da la libertad. Y por otro lado, creamos un núcleo de mujeres en el territorio. Al menos tenemos diez o doce mujeres con las que trabajamos el tema de violencia, se construye una red de confianza para que la compañera que sufre, acuda a ellas sea o no de la organización al menos para contar la situación. Entonces esa fue la forma que encontramos de organizarnos a nivel territorial, de protegernos, al menos de denunciar las situaciones de violencia y acompañar a la compañera violentada, frecuentando su casa, trabajando ahí. Si no se va al marido o se mejora la situación o no, se hace acta compromiso, se trata de buscar la forma. Nosotras no estamos de acuerdo en cómo trabaja el Ministerio de la Mujer que victimiza más a las mujeres. No hay un acompañamiento de cerca, sino que se hace una feroz propaganda y después le deja la víctima otra vez porque no hay una casa de mujer donde resguardarse.
La tierra en pocas manos y los agrotóxicos para todos
¿Es verdad que el dos por ciento de los propietarios posee el 85 por ciento de las tierras en Paraguay?
—Sigue siendo así.
Ustedes estarían en el 15 por ciento restante o en menor porción de territorio.
—Es así mismo, porque hoy en día el campo está sin campesinos, ni indígenas, están en la ciudad. Y ahora que los campesinos prácticamente ya no tienen nada de nada, no poseen tierra magra, entonces empiezan a desalojar a pueblos indígenas que son los únicos que tienen grandes territorios. Pero hoy en día hay grandes organizaciones también indígenas contra el desalojo. Nosotras acompañamos comunidades sin tierra para poder recuperar otra vez algún pedacito de tierra, pero realmente el avance del agronegocio en el campo es terrible. Las mujeres, la mayoría, somos sin tierra. No poseemos tierra. Después de la caída de Strossner hubo un Estatuto Agrario que permitía a las mujeres ser sujetas a la reforma agraria. Antes no podíamos ser propietarias, sino a nombre solo de los hombres. Entonces gran parte de las mujeres no tienen, sino es por herencia o algo así. Y es muy difícil que una madre soltera pueda pagar, por ejemplo, por su tierra si no le ayudan, si no le dan.
¿Ustedes recorren pueblos para ver los efectos de las fumigaciones?
—Yo ahora estoy recorriendo escuelas fumigadas, estamos en investigaciones, es terrible (Aliciamuestra una foto de la poca distancia entre una escuela, sin barrera verde, y un cultivo. La barrera verde es la vegetación que se usa para frenar efecto de los agrotóxicos).Muchas escuelas están pegadas a lasplantaciones. No hay barrera viva y cuando se está fumigando es terrible. Impresionante. Imaginate los niños cerca. Y el olor es muy fuerte, insoportable. Y la gente tiene alergias y otros problemas de salud.
¿Tienen registro de las enfermedades por agrotóxicos?
—Habíamos firmado un convenio con una Facultad de Medicina para justamente hacer un levantamiento de datos en una comunidad que está alrededor de cultivos de soja y otras comunidades que están todavía protegidas. Y ahí nos dimos cuenta que esta comunidad había diez niños con leucemia, gente con cáncer, con problemas en los ojos, problemas de piel y había cuatro o cinco muertes de cáncer. Y en otra, donde no hay soja, no había prácticamente nada. Eso nos da para analizar que realmente los agrotóxicos están matando a la gente de a poco. Yo vivo en un lugar donde nos estamos movilizando para que no entre la gran producción de agronegocio, pero en otro lado vas a ese campo y te da mareos, diarrea, el agua que tomas enseguida te hace mal…
Paraguay: una democracia limitada
Desde 1946, salvo en el período entre 2008 y 2013, los Colorados gobernaron el país. ¿Qué lectura hace de ese monopolio?
—El Partido Colorado es una dictadura histórica. Es una estructura súper machista. Es un atropello a todos los derechos. En todo nuestro proceso de lucha feminista nos inspira Argentina, nosotras tratamos de replicar acá también. Por eso también hay una represalia demasiado grande desde el Estado. Acá se prohíbe hablar de género en la escuela. En la universidad es una palabra que no se usa. Por ley sacaron eso. Todo el avance que tuvimos ahora está empezando a ir para atrás.
Ahora mismo el Gobierno está presentando una ley que implica que, por ejemplo, si Conamuri va a recibir recursos tenemos que presentar un plan de trabajo al Gobierno para que nos dé algunos recursos y ellos van a decidir quién sigue y quién no está cumpliendo su objetivo. Y esto tiene media sanción ya. Es toda una situación para las ONGs. Quieren terminar con las organizaciones. Somos una voz de incidencia y quieren terminar con eso ahora.
¿Por qué el partido Colorado pudo sostenerse durante tantos años?
—El tema es que acá la gente no sabe sus derechos. Por ejemplo, en una situación difícil vos te vas a una Casa Colorada (del partido), le decís lo que necesitas y te va a ayudar. Se murió tu familiar y te manda una ambulancia y te trae… y la gente ya queda con esa sensación de que le debe. O sea, el Partido Colorado sabe trabajar de eso, trabaja desde abajo. En cada comunidad tiene tres o cuatro operadores que trabajan y que encaminan esa situación de pobreza extrema en la que vive la gente. Vos te vas a nuestro hospital, por ejemplo, que debería ser un servicio, un derecho humano, pero acá todo depende del Partido Colorado, así está organizado. El Partido Colorado tiene una gran ventaja siempre y la gente vota al que le da cosas.
Una vida de militancia
La mayor parte de su vida fue dentro de Conamuri. ¿Qué evaluación hace?
—Nosotras hacemos historia. Creemos que a pesar de todo estuvimos siempre presente, en las movilizaciones, acompañando en casos que otros no se animan como el caso Curuguaty (En 2012 fueron asesinados 11 campesinos y murieron 6 policías en un desalojo ). Nosotras sacamos los muertos, los enterramos. Fuimos amenazadas. Conamuri sufrió muchas cosas por esta situación. Acompañamos a los seis presos políticos muy fuertemente. Y en un momento la Fiscalía nos allanó la local. Se llevaron todos los documentos de la organización. Entonces son golpes y entendemos que fue el Gobierno, nos hace un golpe por toda nuestra osadía de acompañar cosas muy fuertes. Creo que muchas veces los partidos de izquierda no se animan a poner la cara o de hablar de ciertas cosas. Nosotras no somos ningún partido. Eso también nos identifica con la fuerza que tenemos como mujeres. Denunciamos, no nos callamos. Y también tenemos esa fuerza que antes no teníamos, por ejemplo, de denunciar la violencia, el acoso, cosa que antes no veíamos. Hace como diez años nos definimos como feministas. Y eso al menos en nuestro sector social, campesino, indígena, armó un debate. Dicen que las feministas son lo que destruye, que son no sé qué, lo dicen los propios partidos de izquierda, machistas, hacen campaña con eso. Pero para nosotras es muy clara nuestra línea, nuestra forma. Para comunicar no dependemos de un hombre, sino que pensamos y hacemos. Hubo en un momento de mucho ataque en las redes sociales, pero siempre salimos a flote, contra la marea, avanzando. Y por otro lado, la alianza entre mujeres. Eso en Conamuri. Nos sostiene. Con compañeras de otras organizaciones, urbanas, en distintas partes, articulando. Esa alianza permanente que hacemos también nos sostiene.
¿Cómo hacen para enfrentar el miedo?
—(Alicia sonríe de forma nerviosa) Ya no tenemos miedo. Ya pasamos muchas amenazas. Así que ya no le damos bolilla. Creo que la solidaridad de conocernos, de hablar, de saber nuestro objetivo y luchamos contra este sistema opresor. Ahí está apuntado nuestra flecha y vamos ir de a poco, avanzando.
En el cierre de la entrevista, en la sede de la organización en Asunción, convida medio kilo de yerba Oñoirú. «Signica compañeros o compañeras. Significa que estamos juntos”, explica. Es yerba agroecológica, de producción de Conamuri, que conformó una asociación de productores y productoras.
“Es un comité que está trabajando desde hace muchos años con yerba de bajo monte. Empezamos a trabajar artesanalmente y después conseguimos un apoyo de País Vasco y ahí empezamos a montar una fábrica y ahí estamos trabajando”, señala. Hoy se puede encontrar en los mercados de Asunción.