Publicado por Edith Herrera Martínez, Desinformémonos, el 12 de febrero de 2025
“Ese día yo iba de camino cuando nos avisaron. Y yo avisé a mis conocidos. Aunque yo no estuve ahí, cuando avisaron que estaba migración, el miedo, la adrenalina, fue mucho”.
Así empieza la narración de Ramón, un joven migrante que salió de su comunidad en la montaña de Guerrero y actualmente radica en algún rincón de ese país llamado Estados Unidos.
“La migra, el ICE está llegando a los trabajos, a buscar a la gente… Ese día no me tocó, pero nos dieron el pitazo de que llegó el ICE llevando las órdenes. Cuando llegaron nomás encontró maletas y herramientas de trabajo …”
Este mes, en mi columna, decidí tejer un entramado de voces de mis paisanos y paisanas. Considero que estos testimonios son cruciales y que, en estos tiempos de crisis, es importante que sean escuchadas. Todxs somos Montaña. Y ellxs actualmente viven en la incertidumbre y la indignación. Desde que tomó posesión Donald Trump junto con sus políticas xenófobas contra la población migrante: mexicanos, centroamericanos, latinos, todxs sentimos que se abre una era de incertidumbres para lxs migrantes.
“Estos días están llegando a las áreas de trabajo”, continúa Ramón con su testimonio, “ya no tenemos derechos. Te agarran y vas con pase directo a la deportación. Así sea por llevarte un chicle, olvidar chequear en el tren. Ya no te procesan, ni te llevan a corte. Te mandan directo para deportación, dicen que esa es la orden que tienen”.
La migración es una historia transnacional que tiene muchísimos años. Se ha vuelto una costumbre en nuestra región de la montaña de Guerrero desde hace décadas, pero también en varios territorios indígenas del país. Migrar se volvió una posibilidad al alcance para salir de las condiciones de marginación y pobreza. Estas mismas condiciones que fueron causadas por la irresponsabilidad y el racismo institucional de las políticas de los gobiernos latinoamericanos, como el mexicano. Ese mismo que se ha negado y se ha desobligado de garantizar el estado de bienestar y respeto a los pueblos indígenas que nos mantenemos vivos hasta el día de hoy en nuestros territorios.
Ramón señala el racismo cotidiano que enfrentan desde que llegan y que en los últimos días se ha agudizando. “Hay racismo. A todos nos desprecian. Nos dicen ‘fuck you mexican’. Y así le llaman a todos: sean latinos, hondureños, guatemaltecos, a todos les dicen mexicanos por su color de piel y porque hablan español.” Y este racismo no solo proviene de donde pensaríamos primero nos cuenta Ramón: “la verdad son racistas los naturalizados, los mexicanos que ya tienen papeles. Nos dicen ‘maldito ilegal’, ‘maldita mojarra’… Dicen ‘mira ahí vienen las mojarritas’.
Esto no es más que un juego perverso que nos pone a todxs a pelear. Es una subespecie extraña del tan famoso Juego del Calamar. Es decir que entramos en una forma de competencia extrema entre los indocumentados y los naturalizados. Naturalizados que también llegaron de forma “ilegal” en su momento, pero que ahora desprecian a los recién llegados. En esta competencia se mezcla de forma única el racismo, el clasismo y una historia de colonialismo interno que sigue vivo y que se heredó de la época colonial.
En este momento, el llamado es para la solidaridad, el apoyo mutuo entre seres humanos primero. Llamemos a la unidad entre latinos, que sabemos bien el contexto de violencia al que han estado sometidos nuestras naciones. Y finalmente, queriendo defender a nuestros derechos, no legitimemos esa idea de que el peor enemigo de un mexicano es otro mexicano. No dejemos que nos metan en ese saco.
Como bien señala Ramón, se cruzan muchas cosas, cuando se habla del sueño americano. En estos momentos de crisis que viven los indocumentados en ese país del norte, “Gringolandia” como muchos lo nombramos. Hay días en que llueven los insultos, vengan de donde vengan. Y se les mira de manera despectiva. Pero no se conoce la historia completa de los migrantes, como bien señala Ramón:
“Les puedo dar una palabra como un trabajador más en este país. Mientras se mantengan con su visión con la cual vinieron, tal vez no se dan en un abrir y cerrar de ojos. Para tener algo hay que madrugar, trabajar, dobletear no rendirse. En este país hay de todo, hay muchas cosas que se viven aquí y no lo dicen no lo cuentan por miedo.
Aquí es comer parado, ó sentado sobre un montón de basura, comer con las manos llenas de polvo. No come uno como en la casa, en una mesa. Hacemos el esfuerzo cuando venimos a este país, pero ya que tenemos la oportunidad de estar aquí, no desaprovechar, trabajar a lo que venimos, cumplir metas y regresar y estar con los suyos”.
De hecho, Ramón, con sus palabras sinceras, nos brinda la entrevista mientras está terminando de cenar, porque el tiempo es limitado o casi nulo para descansar. Y como bien dice, vino a lo que vino.
En las últimas semanas, circula mucha información en redes sociales y espacios contrainformativos, alternativos. Relatan historias de resistencias. Se están fortaleciendo las redes de solidaridad y apoyo mutuo entre migrantes indocumentados frente a la cacería que se está viviendo. Y en algunos lugares de trabajo se van configurando sistemas de alarmas, donde los propios paisanos se van avisando entre ellos cuando se aproxima el ICE.
Vemos fotos y videos con manifestaciones de miles de personas, que protestan ante las políticas racistas y antiinmigrantes que se recrudecieron con la llegada de Donald Trump a la casa blanca. Como el reciente bloqueo que ocurrió en el centro de Los Ángeles en California.
Lo esperanzador es que hay gente que se apoya entre paisanos, paisanas, familia, compatriotas, latinos o como se les quiera llamar o autonombrar. Lo importante es narrar y visibilizar estas historias de resistencia y esperanza. Narrar cómo se acuerpan las personas, cómo se apoyan, cómo entre vecinos se avisan y sobreviven a esta cacería. Lo que resta decir, es que el miedo no nos paralice… la tormenta tendrá que pasar, pero hay que aguantarla en colectivo.
Ramón responde muy reflexivo cuando se le cuestionó qué piensa de la actual situación y de cómo ve el futuro o lo que sigue:
“Estamos en la misma tierra, en estos caminos solo estamos de paso, la tierra es de los pueblos, nadie puede ser ilegal en una tierra que se le robó a los nativos de aquí”.
En estas historias, es importante corazonar cada palabra, cada sentimiento. Es esencial conectarse y solidarizarse cuando los migrantes, los indocumentados, sean del pueblo que sean, sean del color que sean, sean del país que sean, ellos y ellas nos hablan de sueños, metas. Son situaciones reales por las que están pasando, que los motiva, que los orilla o que los obliga literalmente a cruzar del otro lado… Cada una de estas historias es un mundo. Cada territorio y cada cuerpo cuenta su propia historia.
Del otro lado. Me pongo a pensar sobre está expresión tan común por estas montañas. Cuando un paisano o una paisana cruzan la frontera de los Estados Unidos, bien sabe que se adentra en un lugar diferente, en otro espacio. No es una simple frontera. Habla de allá como si fuera Orfeo cuando cruza el río que separa el mundo de los muertos del de los vivos para buscar a su amada Eurídice.
La historia de los migrantes no es menos trágica. Dejan a su familia y a su tierra atrás, para ir del otro lado. Y allá, cuando logran estar “del otro lado” su propio mundo, se vuelve inaccesible. Si se les muere un familiar cercano, no pueden simplemente regresar para allá. En el otro mundo, carecen de este derecho como de muchos otros. Si un hijo sale de la escuela con honores, o sin al contrario tiene problemas, tampoco podrá acompañarlo de verdad porque no se reconoce su existencia y por ende esos derechos.
Del otro lado. Me pongo a pensar sobre está expresión tan común por estas montañas. Cuando un paisano o una paisana cruzan la frontera de los Estados Unidos, bien sabe que se adentra en un lugar diferente, en otro espacio. No es una simple frontera. La historia de los migrantes termina siendo trágica.
“Es difícil pasar por situaciones en que estamos lejos y no podemos dar el abrazo, despedirse de ese ser querido. Porque me duele, hay cosas que uno no puede decir. Pero se las guarda uno en el corazón”, nos cuenta Ramón a duras penas.
Lo que los llevo del otro lado, cada una de estas historias cuenta. Tal como la de Ramón, que nos comparte en plena confianza:
“Yo tenia un trabajo, no me iba mal. Acercaba un bocado. Pero las razones: mi madre era diabética y se enfermó del covid. Se cubrieron esos gastos y nos endeudamos. Cuando mi madre estuvo enferma de covid, se empezó a enfermar de esto y de lo otro. Y con el tratamiento de esto y lo otro, los gastos eran cada día más fuertes… Después, viendo las cuentas, supe que me tenia que ir, tuve la oportunidad, me prestaron unos amigos, unos familiares. así entre amigos cercanos y conocidos juntamos lo suficiente. Y yo me fui.”
Hablando ahora con Carlos, regresamos a esta experiencia llena de incertidumbre que atraviesan los paisanxs en la actualidad:
“Nuestro caso está atorado. La jueza nos reagendó la cita porque ahora no saben qué pasará con la nueva administración”.
Se nota incertidumbre en la voz de Carlos. Frente a su familia se muestra tranquilo. Pero durante la entrevista con ellos, se percibe por detrás que están cansados. No es un tema sencillo el no saber qué va pasar con uno. Acaban de pedir asilo hace unos meses. Pero a pesar de esa incertidumbre les consuela saber que tienen un territorio donde regresar en caso de que su solicitud no proceda. Extrañan su pueblo. Aunque si regresan, quizás tendrá que ser en otra parte. Porque piden asilo político por la violencia agudizada en la región de Guerrero de donde salieron forzadamente. Mataron varias personas dentro del trabajo que ejercía Carlos en su región natal.
Cuando se le cuestionó qué opina de las declaraciones de Donald Trump, al igual que muchos indocumentados del otro lado de la frontera, responde:
“La verdad, el que anda mal es ese señor. Ese es el más criminal. Ha cometido muchos delitos y es corrupto. ¿Pero dónde está la ley? Es a él que deberían aplicarla. Pero no existe esa justicia”.
Están agobiados por varias razones. Por un lado, la jornada de trabajo en el campo es larga, e intensa. Por otro lado, la incertidumbre de qué pasará con su cita con la jueza es abrumadora ¿Sí, les darán la oportunidad de quedarse e iniciar un juicio para el asilo? La moneda está en el aire por el momento. Y no se sabe cómo va a aterrizar. Todo es incierto, pero, si algo les anima, es que la familia los espera de ambos lados: aquí o allá.
Los niños ya van a la escuela. Es su primer año del otro lado de la frontera. Y, poco a poco, se están adaptando a la vida por allá. Están haciendo amistades, que varios son mexicanos. Y van pasando de un idioma al otro y al otro. Alternan entre su lengua materna, el tu’un savi, y el español con los círculos más cercanos. Y ahora cambian del inglés al español, cuando se requiere. Así transcurre la vida de esta familia, que tuvo que salir de su hogar en Guerrero, de una región azotada durante la última década por la violencia. En su caso, aplica el dicho de un informe de jornaleros, “migrar o morir”. Por esto decidieron a regañadientes y después de muchas hesitaciones dejar su comunidad indígena de la parte alta de la Montaña.
“Ya estamos pensando que vamos a hacer, si nos regresamos”, nos cuenta Alejandra, su esposa. “Si eso llega a pasar, tendremos que buscar trabajo allá, no tenemos nada seguro aquí.
Estamos con la familia, con mis suegros, cuñados, somos varios del pueblo que hemos salido, aquí nos encontramos. El tiempo pasa rápido, muy rápido ya haremos el año…
Tenemos cita la próxima semana, pero aquí está difícil, no es fácil, llegar aquí y no tener claro que nos van a decir. Vamos a ver qué pasa: si nos dan tiempo que bueno. Sino, buscaremos otras opciones.
Nosotros fuimos a la cita, llevamos a los niños con nosotros. Pero ahí vimos que muchos no llegaron a la cita. Quizás por miedo a que los deportaran. Nosotros fuimos sabiendo que era una de dos: o nos dejaban quedarnos o nos regresaban… Aun así, fuimos a la cita”.
“Los que no se presentaron, les mandaron luego, luego sus oficios de deportación, sus notificaciones”.
Continúa Carlos:
“Lo que vemos en esta zona es que nos echan la culpa a los que llegamos. Dicen que les quitamos trabajo, pero no es así. Nosotros somos los que hacemos el trabajo a precios bajos. Los gringos, los americanos no van a querer trabajar con el pago que nos dan a los latinos, a los mexicanos”.
Entonces, Alejandra interviene para evidenciar sus dudas, sus dilemas:
“Es una parte muy dolorosa: mi mamá siente la ausencia, por los niños. Le digo que vamos a regresar pronto. Esto es doloroso, nunca sabes. Hay familias que venían por 2 o 3 años, luego se quedan 15 o 20 años.
Se acostumbran a la vida de aquí, a trabajar a trabajar y ya solo es trabajar… Ya no regresan. Es muy cansado. El trabajo es pesado. A veces se arrepiente uno de venir hasta aquí, pero no hay de otra”.
Para ella, el papel decisivo de los migrantes dentro de la sociedad estadounidense es claro como un vaso de agua:
“Los migrantes son los que se dedican a trabajar. Son los que trabajan en la construcción, en los restaurantes, en el campo. Mucha gente dice que paremos de trabajar, para que sienta el gobierno estadounidense lo que valemos, lo que trabajamos. En muchos lados ya está afectando las deportaciones,” concluye Alejandra.
La gente imagina tantas cosas al migrar. Desde aquí se piensa que todo es bonito, que no se sufre, pero al final son espejismos. Conocer lo de fuera te da prestigio, te “abre la mente” y, sí, conoces otros mundos. Pero poco se habla de que esos mundos te alejan del tuyo, de tu pueblo, de tu raíz, de tu pasado, de tu memoria, de la familia. Para nosotr@s indígenas, esto es aún más doloroso.
Este viaje que emprendemos para migrar, no es un viaje de negocio o un viaje de ocio. Las razones que llevan a los migrantes a cruzar la frontera son incalculables. Es la única opción para sobrevivir ante la violencia o para pagar por la salud de un familiar. Quienes huyen por la violencia que impera en sus territorios, o quienes huyen de la precarización de la vida, son expulsados por un sistema de endeudamiento que chupa a las familias en la montaña y las escupe fuera de sus fronteras.
Nadie migraría en estas condiciones inhumanas. Teniendo que dejar a los suyos y a lo suyo atrás. Hacia un lugar donde no tienen derechos y tachados allá por el racismo. Del mismo modo que nadie que tiene dinero iría de paseo a Irak o a Ucrania para disfrutar de unas vacaciones para descansar. Vamos donde nos empujan nuestras vidas.
Algo muy importante de señalar es la discriminación con que viven en su cotidiano del otro lado de la frontera. Por ejemplo, en el acceso a servicios básicos como la salud, tal como lo comenta Ramón:
“Nosotros como migrantes no tenemos derechos a la vivienda, a la salud, pero si nos cobran impuestos. Pagamos, aquí se llama ‘Tax ID’. Es decir, como si uno estuviera pagando impuestos del SAT. Al año te llega la hoja de todos tus ingresos, y ellos te hacen la hoja de todos tus impuestos. Y esa hoja te la piden para poder contratarte, en automático les aparece a los contratistas el ID”.
Es un sistema esquizofrénico, donde los indocumentados tienen obligaciones fiscales en los Estados Unidos, pero no tienen derechos. Podemos preguntarnos honestamente si esto mismo, entonces ¿no es un estado de esclavitud moderna? Durante las entrevistas que realizamos, constatamos lo siguiente: si bien la mano de obra que representa el trabajo diario de los migrantes tiene un valor muy alto para la sociedad estadounidense, los indocumentados son dejados desprotegidos de la ley. Y los mantienen en un estado de inseguridad constante, donde pueden deshacerse de ellos en cualquier momento en que ya no les conviene. Sin derechos que los amparen.
Hoy en día, se está abriendo una temporada de cacería. Se implementa desde las políticas xenófobas, racistas del actual gobierno de los Estados Unidos. Se despertaron discursos que solo demuestran el odio que se tiene para todo aquel que tiene rasgos latinos. Norte, Centro y Sur americanos son catalogados como mexicanos en un solo y gran cajón. Estos discursos (que no son nuevos, pero ahora prosperan) anulan la diversidad cultural y lingüística que existe en nuestras regiones de donde provienen los migrantes. Como mi región donde la gran mayoría de la gente es nativa.
A pesar de que blinden su frontera, los migrantes seguirán llegando, empujados por sus realidades implacables. Lo único que lograrán, es que la crucen arriesgando cada vez más su vida. Exponiéndose, por ejemplo, a los cárteles de la droga y la trata de personas. Todo aquello para poder llegar y construir ese famoso sueño americano, que no termina de volverse una pesadilla para muchos y muchas.
“Yo les digo a los paisanos que están aquí que aprovechen, le echen ganas, el tiempo que están aquí. Y si nos toca deportación, tampoco aferrarnos a un país que no es nuestro. Seamos agradecidos con dios por lo que logramos. Y lo que no, con trabajo y sacrificio lo podemos lograr en el país de dónde venimos”.
Fuente: https://desinformemonos.org/y-yo-me-fui-testimonios-del-otro-lado-de-la-frontera/