Articulo publicado en Resumen Latinoamericano (Elisa Loncon) el 3 de marzo de 2023
La mujer mapuche tiene su identidad arraigada en la naturaleza: es montaña, luna, cerro, agua. Y debe actuar para protegerla a cambio del bienestar para la vida. Elisa Loncon, expresidenta de la Convención Constitucional de Chile, escribe sobre mujeres desde diferentes saberes y experiencias para avanzar en la historización de la propia historia. Fragmento de Azmapu. Aportes de la filosofía mapuche para el cuidado del Lof y la Madre Tierra, su último libro.
Ser mujer mapuche en el siglo XXI requiere repensar la sociedad mapuche, desmontando la experiencia y la estructura de dominación, explotación y opresión que llevamos en nuestros cuerpos, salir de la lógica del despojo y de la acumulación que el sistema nos ha impuesto junto a otros modelos de mujer, funcional al consumo. Es necesario repensar quiénes somos como mujeres para liberarnos del colonialismo y las opresiones. Y así ser mujeres libres y plenas a partir de las memorias y valores de nuestro pueblo, enriquecidas con las culturas y convivencia intercultural. Tenemos claro que no somos objetos del folclore ni de la manipulación y que es posible proyectar la identidad de mujeres mapuche a partir de nuestra historia, cultura y lengua. Aquí hablo de mujeres desde los diferentes saberes y experiencias para avanzar en la historización de la propia historia mapuche y de la mujer en particular.
Relmu Zomo, ‘mujer arcoíris’
Era una ágil anciana, de piel morena firme y su cara brillaba con el viento. En una reunión tomó la palabra para compartir sus propios sueños y saberes.
Contó que cuando niña ella creció jugando sobre el prado con arcoíris pequeños, los que se posaban en ella, y que su cuerpo tomaba los colores, amarillo, verde, azul, violeta y rojo del arcoíris. Veía sus manos de colores. Su transformación era tanta que a ratos ella no era la niña, sino el arcoíris que se extendía de cerro en cerro después de la lluvia. En sueño, su cuerpo también se metamorfoseaba, le nacían enredaderas por sus brazos y piernas con las que unía las montañas de diferentes lugares, y veía que de su lengua florecía el árbol sagrado del canelo.
Esta anciana nació con el poder del arcoíris y creció con esa fuerza. En su vida el arcoíris fue su identidad espiritual. Ella tenía dos espíritus a diferencia de una persona común y corriente, el de persona mujer de comunidad y el otro del arcoíris.
El poder del arcoíris la trasladaba al mundo de los espíritus, le enseñaba el futuro de la gente, reconocía las enfermedades, lo que vendría, las penas y el buen pasar de las familias; le aconsejaba qué debía hacer para ayudar. Le mostraba el lugar de los remedios, le enseñaba el poder de las plantas, cómo usarlas para sanar a los enfermos.
Así ella conoció toda la vida de su comunidad y del mundo de los espíritus. Relmu Zomo fue machi y muy buena machi. Cuando hacían ceremonias llovía levemente porque el arcoíris necesita de las gotas de agua para actuar.
“Así, con esta historia, sabrás que el arcoíris es una fuerza, un espíritu que ayuda a la gente en su buen vivir”. Así dijo la anciana.
Mujer y memoria
La mujer mapuche tiene su identidad arraigada en la naturaleza, es montaña, luna, cerro, agua, por eso dicen las ancianas que una mujer nunca está o anda sola, la acompaña algún ser, o gen de la naturaleza. El mapuche kimün indica que la mujer como espíritu está presente en las cuatro tierras. En el Wenumapu es Kalfuwenu Kuse, Kalfuwenu ülcha; está en la Raginwenumapu de diferentes formas, como estrella o lluvia, montaña, arcoíris o de otros elementos de la naturaleza, pero en la naturaleza los espíritus no solo son femeninos, también hay masculinos, jóvenes y viejos. En el Nagmapu es conocida la mujer Kallfumalen, que tiene el espíritu del cerro o de la montaña. El espíritu femenino está siempre presente en la naturaleza. En el Miñchemapu, lo femenino forma parte de la fuerza del volcán, es pillan, y por eso se dice pillan kuche, pillan fücha ‘anciana espíritu del volcán, anciano espíritu del volcán’. De este modo podríamos encontrar la presencia de lo femenino en cada especie y vida que existe en la naturaleza. Como lo enseñaron nuestros mayores, ser mujer mapuche es tener la fuerza de la naturaleza y de todas las tierras.
Espíritu femenino de la mar
Mi padre me hablaba de “la Mar”, un ente femenino, de él aprendí que era un ser viviente, cuyo gen estaba en su agua salada, y que era sanadora. Ni yo ni nadie de mi familia la habíamos visto, tampoco mi padre; la mar era parte de los relatos imaginarios, el mundo desconocido con el que no teníamos experiencia real. Tenía once años cuando por el colegio se dio la posibilidad de ir de paseo por quince días a la mar; mis padres me apoyaron y como pudieron se las arreglaron para conseguir ropa adecuada. Antes de partir, me pasé horas imaginando su extensión, me la imaginaba tan ancha. Dos kilómetros caminaba, desde mi casa a un árbol mirador que teníamos para esperar a la gente que venía del pueblo, contaba los pasos para calcular el tiempo que me tomaría atravesar la mar. Ahí me ponía a pensar en la mar. Cuando la conocí, me impresionó su inmensidad, su infinitud, me costó entender que la mitad del espacio que miraba podía ser de pura agua, mientras la micro recorría el camino del borde costero a Tirúa. Me impresionó su sabor salado, el ruido de las olas que bramaban como un toro, la arena fina de la playa. Mi papá me pidió que le trajera agua, así regresé con varias botellas de agua marina que repartí entre mis padres, abuela y tía; cada quien al recibir el regalo esparció un poco de ella en el suelo. Agradecieron a la Tierra por tener el privilegio de conocerla y por mi regreso. También la probaron pidiendo buena salud. Viéndolos me sentía tan inmensa como la mar, feliz de acercarles algo de esa vida de la que tanto habíamos hablado en tantos relatos. Cuando ya era grande y trabajaba como profesora, me compré una carpa y junté dinero para invitar a mi familia a conocer la mar. Los saqué en carpa uno por uno, primero a mis padres, hermanos, tía, primos, todos por separado, a conocer la mar. Acampando en la playa vivimos nuestras primeras experiencias con el gen lafken, el espíritu femenino de la mar.
Ser mujer mapuche en el siglo XXI requiere repensar la sociedad mapuche, desmontando la experiencia y la estructura de dominación, explotación y opresión que llevamos en nuestros cuerpos, salir de la lógica del despojo y de la acumulación que el sistema nos ha impuesto junto a otros modelos de mujer, funcional al consumo.
En nuestro pueblo la mujer aportó y aporta al contenido cultural simbólico, objetivo y práctico de la cultura. Los espíritus femeninos son un ejemplo de cómo la espiritualidad mapuche respeta y valora a los gen mapu o ‘poderes de la naturaleza’ que son femeninos y que pertenecen a la Madre Tierra. Las mujeres mapuche portan y tienen un vínculo especial con estos poderes femeninos, ellos se manifiestan en sueños y visiones, sin hacer daño. Es importante, como mujeres, reconocer este vínculo con los espíritus y con los poderes de la Madre Tierra así como los conocimientos que involucran, lo femenino y lo masculino, juntos permiten el equilibrio, el complemento de energías. Estos saberes también se pueden apreciar en la vida real, en el mundo mapuche actual, en las ceremonias de gillatun. Cuando el o la machi ordena el kare kare, la ofrenda a la Tierra, se debe considerar un pollo negro y otro blanco, o un gallo y una gallina, siempre un par de opuestos. Cuando se invoca a la fuerza de la naturaleza siempre está presente la dualidad. Por eso se dice:
Aliwen kuse, Aliwen fücha, Chaw Dios, ñuke Dios,
[Anciana y anciano del altar, Padre Dios, Madre Diosa]
txayen-ko Kuse, txayen-ko fücha,
[anciana y anciano de la cascada]
Waw kuse, waw fücha, Arkentinu kuse, Arkentinu fücha,
[anciana y anciano de los valles, anciana y anciano de la pampa Argentina]
En la lengua mapuche, existen léxicos especializados que distinguen al hombre y la mujer, sobre todo para el parentesco, en el cual es fundamental hacer la distinción entre la línea paterna o materna, nombrándose cada parentesco con una palabra en mapuzugun, resguardando la reciprocidad entre las relaciones y diferenciando si es hombre o mujer.
Palu: tía paterna Malle: tío paterno
Weku: tío materno Ñukentu: tía materna
Füta: marido Kure: esposa
Ñawe: hija (de padre a hija) Fotüm: hijo (de padre a hijo)
Koñi: hijo/a (de madre a hija/o)
Ñadu: cuñada (entre mujeres) Fillka: cuñado (de mujer a hombre v/v)
Gillan: cuñado (de hombre a hombre) Llalla: suegra y yerno (del hombre)
Chedkuy: suegro y yerno (del hombre) Nhanhug: suegra y nuera (de la mujer)
Püñmo: suegro y nuera(de la mujer)
Koñintu: primo Ñukentu: prima
Lhaku: abuelo paterno Cheski: abuelo materno
Kuku: abuela paterna Chuchu: abuela materna
En materia de lenguaje inclusivo se puede sostener que el mapuzugun permite identificar si el emisor del mensaje es hombre o mujer; de este modo, el enfoque de género está incorporado en el lenguaje.
La cultura mapuche no es antropocéntrica, el ser humano es parte de la naturaleza y debe actuar para cuidarla, protegerla, así como esta da el bienestar para la vida. En mapuzugun la palabra persona es che ‘gente’, que es una palabra neutra, que incluye a hombres, mujeres, niños y otras identidades sexuales. En nuestra cultura la persona se rige por los valores sociales colectivos de respeto al otro y al vínculo con la naturaleza, aunque en rigor vienen de nuestra filosofía del azmapu que se irá explicando en este libro. Estos valores forman parte de un código ético de vida de las personas.
Las personas también pueden tener diferentes identidades sexuales y no dejan de ser personas por ser diferentes. Entre ellas existen: malen o domo ‘mujer’; wentxu ‘hombre’; weyun o weye ‘gay’; alka zomo ‘mujer lesbiana’; zomo wentxu ‘mujer hombre’ y wentxu zomo ‘hombre mujer’. Las personas gay o lesbianas pueden ejercer todos los roles. Conocidos son los machi gay, aunque no todos los machi lo son. El o la machi cuenta con el respeto de la gente.
La machi Manuela
Cuando niña escuché muchas veces a mi madre hablar de la machi Manuela; ella fue como su médica de cabecera, la persona que le salvó la vida, decía, gracias a ella nos pudo cuidar y criar. Era tanto su agradecimiento que también yo crecí agradecida por su presencia en nuestras vidas. La machi Manuela era una persona de prestigio en el territorio de Malleco, era muy valorada, pues tenía el don y la sabiduría para operar a sus pacientes y había operado a mi madre en una ceremonia.
Entre las machi hay habilidades distintas porque tienen poderes espirituales diferentes; las que operan, abren y cierran las heridas con la fuerza de su espíritu en un estado de profundo trance, sin dejar padecimientos en el paciente: todo lo curan con hierbas y cantos espirituales.
Tenemos claro que no somos objetos del folclore ni de la manipulación y que es posible proyectar la identidad de mujeres mapuche a partir de nuestra historia, cultura y lengua.
Un día mi mamá me llevó al pueblo, tenía como cuatro años: fuimos de compras al mercado y luego nos fuimos al terminal de buses para regresarnos al campo, allí en el terminal mi madre se encontró con Manuela y me la presentó; yo la saludé de mano. Mi sorpresa grande fue que era un hombre alto, cabello amarrado; lampiño, pero bien afeitado, llevaba un abrigo largo color gris, elegante, de manos alargadas. Manuela quedó en mi memoria como una foto en un día de invierno muy frío, nublado a punto de llover. Era Manuela no Manuel.